*Por Noticias de ayer
Desentrañando el pánico moral en torno al "virus woke" y el contagio social transgénero
En una reciente entrevista con Jordan Peterson, Elon Musk habló sobre identidad de género y su familia, acusando al "virus woke" de haber "matado" a “su hijo Xavier” (no respetando su nombre, Vivian), “engañándolo” para darle bloqueadores de pubertad. Por su parte, Vivian tramitó el cambio de apellido para alejarse formalmente de su progenitor. Estas declaraciones no solo son alarmantes por su contenido, sino que reflejan una narrativa cada vez más popular en ciertos sectores, la del "contagio social transgénero".
Aunque se traten de su vida personal, las declaraciones de Musk no pueden suscribirse a su experiencia particular, ya que la idea de un “virus woke” que “causa transiciones de género repentinas” es parte de un discurso conservador en boga. Para desentrañar esta narrativa, es esencial revisar la investigación de Julia Serano, activista, escritora y bióloga estadounidense. Serano es una figura clave en la desmitificación de ideas erróneas sobre las personas trans. En su ya clásico libro Whipping Girl, aborda cómo el sexismo y la transfobia están entrelazados, desmontando mitos que han perpetuado el estigma hacia las identidades trans y promoviendo el giro transfeminista dentro del activismo feminista. Serano tiene una extensa investigación sobre el tema del “contagio social transgénero” que continúa en marcha porque no es un asunto saldado.
La idea del "contagio social transgénero" ganó terreno entre adultes y profesionales que niegan la legitimidad de las identidades de género de les jóvenes, sugiriendo que les niñes son "convertides en transgénero" por sus pares y las redes sociales. Esta hipótesis describe la transición de género como un fenómeno repentino y novedoso en la vida de les jóvenes, atribuido a la presión de pares y la influencia del activismo trans en internet. Sin embargo, Julia Serano critica duramente esta perspectiva, argumentando que la idea de que ser transgénero es "contagioso" es una superstición antigua que refleja prejuicios profundos. Las manifestaciones extremas de transfobia y homofobia suelen evocar este miedo irracional a la contagiosidad.
La preocupación de que les niñes se estén "volviendo trans" por un supuesto contagio social se apoya en el creciente número de personas trans jóvenes que se visibilizan, algo que antes era menos común, entre otras cosas, debido al silenciamiento y la falta de acceso a información sobre diversidad de género. Serano señala que este aumento se debe a una disminución del estigma y a un mayor acceso a cuidados afirmativos de género, no a un contagio. Este fenómeno es comparable al aumento en el número de personas zurdas durante el siglo XX, cuando el estigma contra la zurdera disminuyó y más personas comenzaron a identificarse abiertamente como zurdas, lo que no indica un "contagio", sino un mayor reconocimiento y aceptación de lo que siempre estuvo presente.
La legitimación por vía académica de la idea del “contagio social trasgénero” ocurrió en 2018, cuando la médica Lisa Littman publicó un estudio que introdujo el término "Disforia de Género de Aparición Rápida" (ROGD), ofreciendo una explicación técnica para este aumento. Littman argumenta que la ROGD se debe a la influencia de pares y redes sociales, pero su estudio presenta serios problemas metodológicos que fueron abordados por Serano y otres investigadores. Entre ellos, un fuerte sesgo de muestreo, ya que la investigación se basa en encuestas a padres que frecuentan blogs anti-trans, donde ya se estaba utilizando este término pseudocientífico. Además, el estudio fue publicado en una revista poco prestigiosa que prioriza la cantidad sobre la calidad.
A pesar de la falta de evidencia científica sólida, la teoría del ROGD cumple un propósito práctico: ofrece a les adultes una excusa para no aceptar la identidad de género de sus hijes, al verla como un subproducto de un contagio social. Además, proporciona una justificación para restringir las interacciones de sus hijes con pares trans y su acceso a información relacionada, y sirve como herramienta política para quienes buscan revertir los derechos ganados por la comunidad trans.
Serano subraya que una "rápida" manifestación del deseo de transicionar de género no es en sí misma problemática ni anormal. De hecho, muchas personas trans describen un momento de epifanía, un instante revelador en el que todas las piezas de su identidad finalmente encajan, permitiéndoles comprender plenamente quiénes son. Este proceso interno puede parecer súbito para quienes observan desde afuera, pero es el resultado de un largo y complejo camino de autoexploración. Sin embargo, el término "rápido" en la teoría de la ROGD está cargado de connotaciones negativas y se utiliza para describir, desde la perspectiva de les adultes, una revelación que les toma por sorpresa, no un cambio genuino y reflexivo en les jóvenes. Este enfoque minimiza la autenticidad de la experiencia trans y reduce un proceso personal profundo a una reacción superficial e impulsiva, alimentando el escepticismo y la desconfianza hacia las identidades de género de estxs jóvenes.
Les defensores de la ROGD insisten en que les jóvenes con esta condición suelen tener amigues trans y pasan tiempo en redes sociales trans, sugiriendo que estas relaciones y contenidos son la causa de su disforia. Pero, de acuerdo con Serano, esto ignora un hecho crucial: las personas trans/LGBT buscan entre sí apoyo mutuo debido al estigma que enfrentan en la sociedad. La "hipótesis del contagio social" simplifica y deslegitima la complejidad de las experiencias trans, reduciéndolas a meros efectos de la presión social.
Finalmente, la persistencia de esta teoría, a pesar de la falta de evidencia, se explica por temores irracionales de "contaminación" por parte de minorías estigmatizadas y el deseo de eliminar la presencia trans de la esfera pública. Julia Serano describe esta narrativa como una "teoría zombi", un concepto que se refiere a ideas desacreditadas científicamente pero que continúan circulando y resurgiendo en el debate público debido a prejuicios sociales profundamente arraigados y a intereses políticos que buscan justificar la negación de derechos a las personas trans.
La sinrazón neoliberal
En los últimos años, discursos como el del “virus woke”, el “marxismo cultural” o la “ideología de género” han permeado la arena pública y encontrado gran aceptación. En principio, la idea de que ciertos grupos de izquierda introducen la subversión moral mediante ardides engañosos para destruir la estructura productiva-reproductiva de la familia tradicional y hacer implosionar el sistema económico, causando pobreza masiva y sometimiento a regímenes totalitarios, no es nada nueva.
Pero si la historia se repite dos veces, en lo que respecta a los ciclos de avance progresista y resistencia conservadora, hoy estamos asistiendo a una forma específica de farsa.
¿Por qué estos discursos, tan similares al Lavender Scare o el Satanic Panic estadounidenses, parecen novedosos a pesar de su evidente familiaridad? Las razones son numerosas, pero entre ellas cabe destacar que, en la actualidad, quienes los enuncian suelen ser personas que no encarnan el imaginario conservador. A diferencia de Margaret Thatcher o Harry Truman, Elon Musk o Javier Milei no son emblemas de la vida familiar tradicional. Musk tiene 12 hijos con 3 mujeres, de las cuales sólo estuvo casado con una, y Milei nunca se casó ni tuvo hijos. Ambos, además, se presentan a sí mismos más como grandes innovadores que como defensores de un régimen antiguo que no debe dejarse colapsar. A diferencia de lo que ocurría con Thatcher o Truman, cuyas posiciones políticas y morales se percibían de manera más cohesiva, a Musk y Milei se les señala una escandalosa contradicción entre su prédica por la libertad individual irrestricta y su adhesión a ideas transfóbicas, sexistas, antiabortistas y proteccionistas de mercado entre otras.
La figura de la corrección política provee una primera pista acerca de las formas novedosas de las estrategias conservadoras. Cuando Musk o Milei se presentan a sí mismos como políticamente incorrectos, invierten la ecuación y sitúan a los discursos progresistas en el lugar del conservadurismo. Como si la aceptación de la diversidad sexogenérica o la conveniencia de la expropiación de los medios de producción fueran el statu quo, la convención social dominante o la norma más difundida. De esta manera, sus posturas no serían opuestas a cierta conceptualización de la libertad, sino liberadoras de las imposiciones sociales efectivas. Estos referentes no son representantes de ningún colectivo, sino heraldos de la verdad que vienen a correr un velo.
En este sentido, resulta útil observar ciertas manifestaciones de la figura del librepensador en el neoliberalismo. En el caso de Javier Milei, cuando durante los debates presidenciales se le señalaron contradicciones entre sus discursos y acciones (como, por ejemplo, decir que eliminaría a la casta política mientras incluía en sus listas a funcionarios con larga trayectoria), las justificó como parte de la apertura propia de su espacio y el reconocimiento de habilidades en otros sectores políticos. Así, logró mostrarse como una persona reflexiva, cuyos cambios de opinión no responden a presiones externas ni a la priorización de la victoria electoral y se presentó como alguien que jerarquiza la búsqueda constante del mejor argumento posible, lo que le permite reconocer tanto los aciertos de sus adversarios como sus propios errores.
Milei se postula a sí mismo como un librepensador no adoctrinado, reforzando el dogma liberal Thatcheriano, en el que “no existe tal cosa como la sociedad, solo individuos particulares”, mediante la presentación de la posición política como un engendro individual de combinaciones basadas en la preferencia personal. Podríamos llamar a esto ideología custom: un sistema de pensamiento que encarna la lógica del algoritmo personalizado, en el que no hay adoctrinamiento pero sí mesianismo. En este marco, la definición del voto —o para el caso, de la transferencia del poder de decisión— es la definición sobre en qué persona, que responde a su propio criterio, se va a depositar la confianza.
¿Cómo, entonces, es que se combinan figuras que ponen en el centro un criterio ideológico laxo como signo de innovación política y el conservadurismo? El primer argumento es sencillo: si no se responde a dogmas partidarios o identidades ideológicas colectivas uno podría combinar elementos de todo el espectro político sin traicionar ningún tipo de sistema semántico. Más aún cuando la tendencia coalicionista de los partidos mismos replica también este modelo. Liberal en lo económico, conservador en lo social. El segundo, es obvio pero no tan sencillo: aunque los candidatos se presenten como personalidades individuales que son, a su vez, las referencias mediáticas de un partido, luego deben insertarse en la maquinaria institucional. Las personalidades pueden ganar elecciones por sí mismas, pero no gobernar solas. Los sectores más favorecidos por las políticas neoliberales son, en general, conservadores y son, en general también, quienes proveen la infraestructura y las influencias para que los candidatos neoliberales ganen. Y favor con favor se paga.
En este sentido, cabe mencionar el trabajo de Wendy Brown sobre los vínculos entre neoliberalismo y conservadurismo, en el que revisa la obra de Hayek para mostrar que, contrariamente a su prédica sobre la libertad individual irrestricta, el neoliberalismo es inherentemente conservador. Para Hayek, los valores parten de una ontología evolutiva común, transmitida por la tradición. Y, en este sentido, son análogos al mercado, que también produce orden y desarrollo espontáneamente. Así, no existe una contradicción entre conservadurismo y liberalismo, sino una simetría, dada la correspondencia entre mercados autorregulados y moral espontánea.
Hayek considera que la libertad no es un derecho o la posibilidad de llevar a cabo la voluntad propia, sino la ausencia de coerción, entendiendo por coerción la acción en beneficio de alguien más y no en el propio. Así, una restricción aceptada por la mayoría como regla moral no sería contraria a la libertad, en tanto no es coercitiva, ya que implica un alto grado de conformidad voluntaria. Esta visión nos otorga la cualidad de agentes morales, aunque no la capacidad de ser moralmente autónomos. En el sistema de valores hayekiano, las reglas pueden ser comprendidas aunque nadie las haya producido.
La idea de que las sociedades se ordenan por voluntad y diseño debe ser desmantelada en esta concepción, ya que, además de ser evidentemente contradictoria a su dogma, implicaría que el orden establecido puede cambiarse y que hay responsables de la desigualdad. La verdadera autoridad de la sociedad del orden espontáneo no residiría en las instituciones representativas, sino en normas y prácticas asociadas a la religión, las cuales habrían surgido de manera orgánica, sin que nadie las promueva o imponga. Las instituciones, entonces, deberían ajustarse a las verdades simbólicas producidas por la religión, que les imponen limitaciones, y circunscribirse a producir reglas aplicadas universalmente que son prácticas más que verdaderas. Según Hayek, para revertir la situación actual de corrosión de los valores del “orden espontáneo” sin caer en la paradoja de un Estado que dicte reglas morales, es necesario limitar el poder legislativo a las leyes universales, equiparar la justicia social con el totalitarismo y ampliar el alcance de la moral tradicional más allá de la Iglesia y la familia, expandiendo la esfera personal protegida.
Los discursos contra la “corrección política” responden de esta manera a tres formas: primero, crean la ilusión de que las luchas por los derechos humanos y ambientales han concluido con el triunfo de las posturas progresistas, las cuales serían ahora las más aceptadas y consensuadas, y se oponen a ellas como un signo de liberación del establishment. Segundo, estos discursos se presentan como elaboraciones individuales, minoritarias y críticas, provenientes de personas sin filiaciones ideológicas que, al pensar libremente, ven lo que los demás no pueden. Tercero, responden a la idea hayekiana de que los valores tradicionales son desinteresados en tanto que son espontáneos y creados por la voluntad de la mayoría, por lo que no deberían ser intervenidos por las instituciones, que deberían ser organismos meramente administrativos.
Insensatez y resentimientos
Tanto el pánico en contra del “virus woke” (o, en Argentina, otros virus políticos) como la batalla contra la llamada “corrección política” desde posiciones conservadoras pueden pensarse a partir de la idea de “políticas del resentimiento”, también formulados por Wendy Brown en su libro Las ruinas del neoliberalismo.
Como sabemos, de forma similar a Donald Trump, el gobierno de Milei implementa una serie de políticas que necesitan, responden y a la vez utilizan una serie de afectos y emociones, vinculados con el “odio” o con el desprecio hacia sectores muy específicos de la sociedad, en una clara operatoria que Chantal Mouffe ha pensado a partir del “poder de los afectos” en la política.
Estas políticas del resentimiento se articulan a través de una serie de metonimias que, a través de las alquimias del desplazamiento, toman la parte por el todo y conjugan una serie de ansiedades materiales y simbólicas en un enemigo identificable: la “casta”, el “partido del Estado”, los “zurdos”, “los kukas”, el “progresismo”.
Brown toma el concepto “resentimiento” de La genealogía de la moral de Nietzsche. En el primer ensayo, el filósofo interpreta que la moralidad judeocristiana nació como venganza de los débiles, de aquellos que sufrían en un sistema de valores que afirmaba la fuerza, el poder y la acción. Los débiles estaban resentidos no con su propia debilidad, sino contra los fuertes, a quienes culpaban por su sufrimiento. Entonces, inventaron un nuevo sistema de valores en el cual la fuerza sería reprobada como maldad y la debilidad elevada como el bien. La invención de este nuevo sistema de valores, dice Nietzsche, ocurre cuando el resentimiento se deja hervir el tiempo suficiente y “se torna él mismo creador y da a luz valores”. Los débiles no pueden actuar, solo reaccionar —en esto consiste su crítica moralizante— y, dado que es todo lo que tienen, lucharán por ello hasta que triunfe.
En esta línea y desde hace tiempo, varios intelectuales de Internet han retomado al Nietzsche jerarquizante y aristócrata; tal es el caso del bloguero Curtis Yarvin, que sedujo con sus cantos de sirena reaccionarios a figuras como el magnate Peter Thiel. En la zona más degradada de la divulgación filosófica, Elon Musk ensayó sus pasos de Zaratustra desde la red que le pertenece, esgrimiendo algunas nociones del autor de Ecce homo interpretado para los dueños del mundo.
Por su parte, la clave que retoma Brown de Nietzsche es que la criatura del resentimiento, en su incapacidad de hacer mundo, reprueba al mundo que culpa por su sufrimiento y humillación; de este modo anestesia su ardor. Por eso el sistema moral que construye tiene el rencor, el reproche, la negación e incluso la venganza en su corazón. La autora plantea que estos sentimientos están en juego en el “populismo de derecha” y el apoyo al liderazgo autoritario de hoy. Si bien esta formulación resulta útil como pauta de análisis, en nuestra región, importar sin más estas nociones de “populismo” sólo genera problemas, con lo cual es deseable dejar de lado este tipo de caracterizaciones norteamericanas y europeas.
Ahora bien, Brown afirma que, a diferencia de lo que plantea Nietzsche, esta política del resentimiento emerge de los que han sido históricamente dominantes: ellos sienten ese dominio en decadencia, ya que la blanquitud, especialmente, pero también la masculinidad, proveen una protección limitada contra los desplazamientos y las pérdidas que cuarenta años de neoliberalismo han producido para las clases trabajadoras y medias.
Hay un aspecto importante de la neoliberalización de la vida cotidiana que robustece esta dinámica de circulación del resentimiento: la profunda desigualdad de acceso y las jerarquías de estatus que organizan cada parte del comercio y lo que queda de la vida pública. Hoy difícilmente haya alguna actividad o esfera de la vida contemporánea que no esté estratificada por niveles o clases de acceso a bienes dependientes de la riqueza. Estas estratificaciones están impresas de forma profunda en la cultura contemporánea que son una parte esencial de la promoción de las marcas. Mientras más se privatiza la vida pública —educación, servicios médicos—, más carencias amontonan estas desigualdades, mientras se les ofrece a los que sí tienen (el 30% más privilegiado, no el 1%) todas las formas posibles de comprar su salida del amontonamiento, la espera y el sufrimiento.
En la era de las redes sociales y del imperio visual, es importante rescatar la importancia del impacto de la publicidad y de las imágenes deseables e idílicas que inundan nuestras pantallas. John Berger en el capítulo cuatro de su imperdible Modos de ver, asedia la publicidad y la función del glamour. Según el crítico y escritor, el estado de ser envidiado es lo que constituye el glamour y la publicidad es el proceso de manufacturar el glamour, dependiente de las miradas de los demás. También, dice Berger, el glamour es una idea nueva: en sociedades en las que las posiciones sociales estaban determinadas por el nacimiento, fuertemente estratificadas, la envidia personal era una emoción menos familiar. En cambio, en una sociedad que se mueve hacia la democracia y se detuvo a medio camino la envidia social prolifera. El estatus está teóricamente abierto a todo el mundo, pero disfrutado por solo unos pocos.
Muy influenciada por estos planteos y por Wendy Brown, la youtuber Contrapoints profundiza la reflexión sobre la envidia en un terreno menos explorado por Brown y más que relevante para las juventudes: internet. Como nuevos espacios de socialización y de auto estilización de nosotros mismos para la mirada ajena, las redes sociales se convierten en oportunidades para ser incluidos o excluidos de prácticas, imágenes y discursos valorados. La demostración de riquezas y estatus social en fotos de Instagram o videos, el ascenso y las relaciones parasociales con figuras influencers que tarde o temprano promocionan productos o formas de vida deseable, tienen como contracara el crecimiento de resentimientos y rencores de distinto tenor. En un extremo, la comunidad Incel es claro ejemplo: por su carácter pesimista que se regodea en el desprecio, se trata de un tipo de subcultura de resentimiento, alimentada por la ira de los (relativamente) desplazados.
Retomando a Wendy Brown, la autora se pregunta qué pasa con este tipo de resentimiento, y ofrece dos especulaciones como respuesta: una posibilidad es que el rencor y la rabia no se desarrollen en el sentido de valores morales refinados, sino que permanezcan en su forma original. No son sublimados en la auto abnegación cristiana y el amor al prójimo que Nietzsche toma como el punto más alto (o el más bajo) del proceso que analiza en La genealogía de la moral. El sufrimiento y la humillación que no se subliman se convierten en una permanente política de la venganza y de nihilismo que se burla por adelantado de todos los valores. Esto es resentimiento atascado en su rencor, incapaz de “volverse creativo”. Solo tiene venganza, sin salida ni futuro. La figura de la motosierra ciega resume este ímpetu: hay que destruir todo lo vinculado al Estado, cueste lo que cueste.
Segunda posibilidad en cuanto al resentimiento: una tabla de valores diferente emerge de aquellos que sufren la pérdida del poder históricamente conferido. Al afirmar la supremacía y el derecho a privilegios basados en la supremacía, estas formaciones llevan a cabo una inversión de valores histórica para clausurar tres siglos de experimentos modernos con la democracia. De hecho, atacan la misma moral judeocristiana, al escenificar la supremacía como un crudo reclamo de privilegios, un montaje que converge poderosamente con el asalto neoliberal a la igualdad y la democracia, lo social y lo político. En este punto se encuentra la disputa entre figuras como el Papa Francisco y la épica empresarial de Milei, Galperín y otras figuras tech y de las finanzas aún más importantes, con su maridaje entre anarcocapitalismo y rabioso conservadurismo social.
Cualquier tipo de salida a estos resentimientos debería notar las ansiedades materiales y simbólicas que se han motorizado, para huir tanto de una nueva tabla de valores jerárquica y plutocrática como del nihilismo y el desánimo petrificante.
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